Sugar fue mi primera gata siamés y le tenía un cariño muy especial. Pero era extremadamente molestosa. No había minuto que escucháramos su constante maullido reclamando atención de nuestra parte. Pero no por ser tan particular en su forma de ser merecía el fin que tuvo.
Sugar gustaba mucho de escabullirse y tratar de salir a la terraza. Sin querer, queriendo, una ventana quedó un tanto desprotegida y un día, sin que nos diéramos cuenta, salió. No notamos su ausencia y supusimos que andaba en una época muy tranquila porque no se le escuchaba.
Un sábado, tristemente descubrí el cadáver en el patio. Nunca supimos si fue culpa de los perros, si estos la agredieron con alevosía, lo cual me niego a aceptar. O ella llegó ya herida de otra parte.
No pudimos hacer nada por ayudarla. Era demasiado tarde; habían pasado muchos días y tampoco podíamos incinerarla. Fue un día muy triste.
Ya no tengo a quién preguntarle: "¿Quieren su Chuggy, Chuggy?"
Los gatos, al ser animales muy restintentes al dolor, no siempre pueden avisarnos de que algo les molesta.
Natasha, desde que llegó a casa únicamente se preocupó por que la comida estuviera servida a tiempo.
Desde hace meses, ella pedía entrar a la recámara. No la culpo, porque en la sala viven los supuestos "renegados", los que se portan mal o fastidian a los más tranquilos. Tashita quería ser tranquila y tenía permitida la entrada a nuestra área.
Pero de pronto comenzó a estar melindrosa con la comida. Ya en estos días requirió cirugía debido a que una radiografía reveló una piedra. No puedo llamarla roca, pero el doctor nos enseñó un guijarro de tamaño considerable.
Pero no nos tenía muy buen pronóstico. En sus ojos se mostraba un amarillamiento producto de fallo hepático. Continúo ingresada para tratamiento, pero hoy me llamaron para comunicarme que no salió adelante. Su hígado ya estaba muy deteriorado.
A Natasha acostumbraba gritarle un diminutivo de su nombre para llamar su atención:
Y yo, en mi imaginación, pensaba que me respondía:
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